GONZALO GUIARO, mano derecha de Antonio Díaz Miguel, nos cuenta su visión personal con Antonio en el desarrollo de los Campus Díaz Miguel:

«Curri, siete machos, ¿te vienes conmigo al Campus del SEK en el mes de junio?» Yo tenía apenas 20 años y Antonio me invitó a participar como monitor por primera vez en el verano de 1994. Le dije que si, claro y ahí empezaron unos años maravillosos de baloncesto en verano que duran hasta hoy. Ese año hicimos un campus en Madrid y otro en Palma. Luego se fueron desarrollando más en Mallorca, Cuenca, Ciudad Real y a los dos años empezamos en Mondariz. Mis veranos comenzaban con una gira por España con Antonio Díaz-Miguel, enseñando baloncesto a chavales de todas las edades.

Recuerdo el primer Campus en Mallorca, cuando éramos 15 campers y dos entrenadores, dormíamos en un camping en la playa de Muro y donde a pesar de todo, Antonio ponía la misma pasión que ponía cuando entrenaba al equipo nacional, como él lo llamaba. Los entrenamientos comenzaban igual que lo hacen hoy, el Ni-Hao y su explicación producto de sus viajes a China, el tiro, las yemas de los dedos, la pinza, la posición defensiva, los desplazamientos laterales, el rebote, los tiros de 45 grados a tabla, el medio gancho que él practicaba con los hombres altos. Sus principios baloncestísticos eran esos y a diferencia de Groucho Marx con los suyos, él no los cambiaba por nada. Su manera de entender el baloncesto le acompañaba a todos lados fuera quien fuera el jugador que tenía delante.

* Gonzalo Guirao, a la derecha de Antonio Díaz Miguel, mano derecha de Antonio en todos sus campus y su entrenador ayudante en el Pool Getafe en Liga femenina.

Los campus fueron creciendo y el de Mallorca, que ya desde el segundo año lo desarrollábamos en las instalaciones del palacio de los deportes de Son Moix, llegó a ser de un tamaño notable y durante dos o tres años nos pasábamos 15 días allí, en dos turnos. disfrutando del sol y de lo que esa isla quería a Antonio. Yo le acompañaba en la cancha y también en las cenas y comidas que tenia con los poderes fácticos, ya fueran periodistas, políticos o vedettes, que en alguno de los campus tuvimos a los hijos de Norma Duval como campers. Y al crecer, los entrenamientos ganaban en riqueza, en intensidad, en calidad de los jugadores y en aprovechamiento de las increíbles enseñanzas de Antonio. Él fue quien trajo el baloncesto de verdad a España. Y cuando digo de verdad, me refiero al baloncesto de origen norteamericano. Y nosotros, como jóvenes entrenadores o como jugadores de base, estuvimos bebiendo de las fuentes más originales posibles, sin intermediarios, los fundamentos de un deporte que había alcanzado una popularidad increíble gracias, en gran medida, a la figura de Antonio y sus éxitos con la selección.

Y en Mondariz encontramos ese lugar que habíamos buscado para echar raíces. Pasión por Antonio, pasión por el baloncesto, un lugar maravilloso, un colegio de una gente estupenda con unas instalaciones magnificas, ni frío ni calor en la climatología. Y lo más importante, un grupo humano sin comparación. Pepiño, Fernando, Cristino, Yago, Rubén y todos los que por allí han pasado y siguen posando 20 años después. Yo disfruté mucho esos primeros Campus en Galicia con Antonio y sé que Antonio también lo hizo. Estando allí me preguntó si quería ir con él a entrenar a las chicas del Pool Getafe, era el verano e 1996 y yo acababa de terminar la carrera. Obviamente le dije que si, y aunque yo nunca tuve claro que quisiera ser entrenador, esa era una oportunidad que no podía dejar pasar. Yo era sobre todo el ayudante de Antonio y creo que también era como ese hijo varón que no tuvo nunca. Él me enseñaba y confiaba en mi criterio, siendo yo un joven de poco mas de 20 años. Él era mi segundo padre y siempre me decía dos cosas, la primera que mi diabetes se podía regular con ejercicio y la segunda que si él me hubiera cogido unos años antes, yo habría sido un buen jugador de baloncesto profesional. Esto no lo sabremos nunca, pero lo que si se es que Antonio me cambió la mecánica de tiro durante esos años y me enseño a tirar y a meter, que es lo más importante. La pena es que yo ya tenía 20 años y estaba “retirado” de las canchas.

Luego me puse a trabajar en “serio” y dejé de pasar los veranos de gira con Antonio. Pero eso no significó que mi relación con Antonio ni con los campus cesara. Seguí yendo durante algunos veranos a Mondariz, aunque solo fuera por un fin de semana, y seguí compartiendo comidas con él en sus restaurantes favoritos, el Asador Donostiarra, el Lobato o en casa con Eva, Cintia y Ana.

Y si en cuanto a la experiencia y conocimientos de baloncesto, trabajar con Antonio fue lo máximo, para mí la mejor experiencia fue la de conocer a la persona. Antonio era un sabio, producto de la mayor determinación, disciplina y dedicación que yo he conocido en un ser humano Y la aplicó en lo que le movió desde muy pronto en su vida, el baloncesto. Y también a su familia, sus amigos y sus jugadores. Yo tuve la suerte de acompañarle en esos últimos años de carrera y de vida y cuando se fue dejó un hueco enorme. Afortunadamente, cada verano, ese hueco, lo vamos llenando con más «Ni-Hao´s», más “Curris” y más “Siete Machos”.

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